Ultimamente no puedo parar de pensar en esa frase de «nos gustan los tipos malos«. Lejos de querer abrir un debate sobre la clase de hombres que nos gustan, no puedo evitar destacar el increíble atractivo de determinados personajes de ficción que son muy, muy malos… pero los adoramos.
Esa clase de personajes tienen su encanto cuando se da en pequeñas dosis: un libro, una película… algo finito y definido, acotado. Pero ¿qué ocurre cuando la dosis que recibimos de ese personaje se prolonga en el tiempo? Adicción. Simple y llanamente: adicción.
Hace no mucho le comenté a un conocido que me considero muy fan de las máscaras. Esos personajes que intentan mostrarse a sí mismos de una determinada manera para acabar desnudándose poco después, mostrándose tal y como son. Me encanta ese proceso por el cual nosotros, como espectadores, asistimos a ese acto de sinceridad. Cual voyeurs.
Esto último queda brutalmente comprometido cuando lo que tenemos ante nosotros es un personaje construido a partir de secretos. Cierto es que puede portar la mayor de las máscaras precisamente por eso, pero ese acto de sinceridad que culmina con el descubrimiento de su verdadero yo se pospone de forma infinita en pos del misterio, la intriga y la generación de expectativas.
Y ahí es donde los matices del personaje pueden enriquecerlo y hacerlo grande, o destruirlo hasta la mediocridad.
El poder de una serie con un personaje también poderoso
Personalmente tengo una relación amor-odio con las series de televisión. Tengo una frustrante predisposición a que no me enganchen. Quizá por eso, cuando lo hacen, cuando me atrapan, me tienen de forma casi incondicional. Y eso es lo que me ha pasado con The Blacklist.
A partir de lo que él mismo, Raymond Reddington, bautiza como la lista negra -The Blacklist-, cada episodio nos presenta a un criminal de los más peligrosos del planeta y esta unidad, con la ayuda de Reddington, se encarga de desmantelarla. O no… Porque pronto aprendemos que el juego de Reddington tiene más de una lectura. Y más de dos también.
El mérito de esta serie, para mi gusto, reside en la construcción del personaje interpretado por James Spader, Raymond Reddington. Se trata de uno de los criminales más buscados por el FBI -si no el que más-, y de la noche a la mañana se convierte en el principal colaborador a cambio de inmunidad. ¿Cómo lo hace? El tipo se deja atrapar por el FBI el mismo día que Elizabeth Keen entra a formar parte del cuerpo en una unidad de investigaciones de asuntos que atentan directamente contra la seguridad nacional. ¿Casualidad? Nunca. Menos si nuestro criminal, además, indica que tan sólo hablará con Elizabeth Keen. Lizzy. Ella será su interlocutora.
Esta píldora que ocurre en los primeros 15 minutos del primer capítulo de la serie no es más que eso, una píldora. Todo lo que ocurre después es de tal intensidad, que uno no puede dejar de preguntarse qué ocurrirá después.
Los capítulos son autoconclusivos. A partir de lo que él mismo, Raymond Reddington, bautiza como la lista negra -The Blacklist-, cada episodio nos presenta a un criminal de los más peligrosos del planeta y esta unidad, con la ayuda de Reddington, se encarga de desmantelarla. O no… Porque pronto aprendemos que el juego de Reddington tiene más de una lectura. Y más de dos también.
Lo más interesante de esta serie, como suele ocurrir con las series, no reside en los conflictos que se plantean en un solo episodio que termina por resolverse. Sino en las otras tramas que construyen el auténtico universo de los personajes y que tejen las verdaderas relaciones entre ellos. Los amores, los odios, los intereses, las estrategias, las conspiraciones…
Y, en todo eso, Red es el rey.
Raymond Reddington
Un día aparece en tu vida un señor, uno de los más grandes criminales del país y del planeta, y decide que quiere hablar contigo. Que está dispuesto a delatar a sus colaboradores y rivales a cambio de inmunidad y que la única condición es tenerte a ti como única interlocutora.
Así es como nos sentimos todos al comenzar esta serie. Es dificil posicionarse en el lugar de este individuo. Resulta mucho más sencillo que en nuestra vida, ordinaria vida, nos ocurra algo tan surrealista como lo que le ocurre a la chica, a que en nuestra vida de crimen y clandestinidad nos fuéramos a entregar. Por eso nos vemos obligados a descubrir los matices del personaje de Reddington a través de los ojos de Lizzy.
Pero poco más tarde, no mucho después, empezamos a nadar entre dos aguas. El excepticismo de ella y la desconcertante, a la par que seductora, inteligencia de Reddington, nos llevan a hacer otras lecturas. Y cuando menos lo esperamos, esas lecturas nos habrán convertido en seguidores incondicionales de este criminal. Nos habrá atrapado. Nos tiene. Estamos con él más allá de la empatía. ¿Qué tiene?
Estamos ante la presencia de un personaje más que inteligente. Es un tipo culto, elegante, incluso sibarita. Sabe leer a sus contrincantes al igual que a sus aliados. Cuenta con una increíble red de colaboradores que le siguen con absoluta fidelidad. Porque eso es lo que genera en su gente, fidelidad. No se trata de miedo, amenaza o necesidad. Si no que se genera algún tipo de dependencia más allá de lo práctico y la gente no sólo trabaja para él, sino que trabaja con y por él. Su sentido del humor es inteligente y, en un punto, excéntrico. Todo esto no puede llevarnos a confusión porque, apesar de todos estos rasgos atractivos, no deja de ser frío y calculador. Muy frío y muy calculador. Depredador.
Por si todos estos elementos no fueran suficientes para intentar ver cómo se desenvuelve en el mundo, lo más emocionante de todo es su relación con Elizabeth Keen. ¿Quién es ella para él? ¿Quién es él para ella? ¿Cómo están unidas sus vidas más allá de estas interlocuciones?
Eso es lo que se construye, se dibuja y se desdibuja constantemente en The Blacklist. Frialdad, crimen, acción, frustración, sangre… Pero también instinto de protección, deudas del pasado, secretos y ausencias. La necesidad que tienen el uno del otro. Porque se necesitan. Y la relación que empieza como calculada colaboración por puro interés -o eso parece-, termina por definirse como una relación que baila entre la fraternidad, la paternidad y el amor incondicional. Limpio. Muy limpio.
Porque si algo tiene este criminal que tanto nos gusta es que es un sentimental, pero no para de luchar consigo mismo para que, sean cuales sean sus sentimientos, no le derroten y, sobre todo, no perjudiquen a su amada Lizzy.
Y todo esto, como no puede ser de otra manera, es solamente un aperitivo. Todo lo demás está ahí, en cada uno de los episodios de The Blacklist que me tiene absorvida y no puedo parar de pensar qué otros villanos habrá por ahí sueltos, que aún no he descubierto y a los cuales estaría encantada de conocer.
A falta de que me presentéis a otros super villanos encantadores, me declaro, desde ya, fan incondicional de Raymond Reddington.
Dicho queda.