Hace unos días tuve el placer de activar ciertos resortes que tenía medio aletargados en la cabeza. La culpa, por decirlo de alguna manera, fue de un intensivo de interpretación en una sala del centro de Madrid. «La niña nos ha salido artista» estarán pensando algunos… «Bueno… Sí, pero no», digo yo.
La cuestión es que uno de los agentes principales que nos ayudaron para despertar la bestia creativa que todos llevamos dentro, era, sin duda, la música. No de una forma activa, pues la acción salía de nosotros mismos, pero sí como compañera de viaje. Tanto es así, que después de aquel taller la música se ha convertido casi por accidente en el motor que me impulsa a crear. Me ambiento con canciones y canciones, una detrás de otra, melodías archiconocidas o pequeñas obras que a menudo pasan desapercibidas. En mi caso, todo o casi todo son piezas que forman parte de bandas sonoras de películas. Y así, poco a poco, se va fraguando casi sin querer ,-casi-, un estado de ánimo.
Fue ahí, justo en el momento en que ese pensamiento cruzó mi mente cuando me pregunté qué vino antes, si el huevo o la gallina. Es decir, ¿es la música la que provoca que nuestro estado de ánimo se altere hacia algo que buscamos (o no)? ¿o es el estado de ánimo el que nos condiciona a la hora de elegir canciones?
Me hice esta pregunta sabiendo casi con certeza cual era mi respuesta y tratando de olvidarla casi de inmediato. A fin de cuentas, no quería dirigir hacia ese lugar mi proceso creativo. Sin embargo, la pregunta quedó colgada en mi cabeza sin poder evitarlo.
En el siglo en que la tecnología va casi por delante del ser humano, y, concretamente en circusntancias como esta, tengo que dar las gracias a dos cosas. En primer lugar a los reproductores online donde puedes elegir el «modo radio». Un sistema por el cual el reproductor en cuestión selecciona automáticamente los temas que va a reproducir, siempre a partir de un tema en concreto que tú previamente le has indicado. Eso ayuda. Y en segundo lugar, a esa nueva utilidad que le han dado de «me gusta» y «no me gusta» para ir afinando en la búsqueda. Eso también ayuda. Con el uso indiscriminado de esas dos pequeñeces, terminé por darme cuenta de que, al final, la lista de canciones que reproducía era siempre las mismas. Quizá 30 ó 40 canciones diferentes… Pero siempre las mismas.
Inevitablemente tuve que preguntarme por qué.
¿Tan simples somos?
No pude evitar prestar atención a ese grupo de piezas y tratar de sacar conclusiones. Qué tenían en común. ¿Instrumentos? ¿Melodías? ¿Tempos parecidos? ¿Autores? ¿Las películas donde las había escuchado por primera vez? Ni qué decir tiene que mi estudio no pasó de tres o cuatro minutos. El tiempo que pasé hacia delante la lista de canciones y de nuevo hacia atrás. No obstante, como ya hubiera ocurrido anteriormente, esa sensación de pregunta sin resolver quedó de nuevo colgando en mi cabeza.
Mi proceso creativo siguió. A la par que la búsqueda de información sobre temas que me interesaban -teatro, cine, literatura, eventos…-. Leí de aquí y de allá. Me enteré de que en los Cines Yelmo se proyectó la versión en teatro de Hamlet de Benedict Cumberbatch. Me di cuenta de que una de las bandas sonoras que se repetía en mi reproductor era la de la película «The imitation game», a la que titularon en castellano «Descifrando enigma»

Fuente IMDB
Y empecé a prestarle atención a todas sus canciones. Especialmente a las que comparten frases. Aprovecho este pequeño inciso para recomendar la película a todos. Merece la pena.
El tema principal de la banda sonora se llama igual que la película: «The imitation game». Un tema que rapidamente te pone en el tono de la historia y de lo que muy probablemente va a suceder en la película. Al menos en cuestión de ritmo y tensión. Avanzando un poco más en la banda sonora hay otro tema que comparte frases con el anterior. Se llama «Mission» y es también muy sugerente.
Esas dos canciones estaban en mi cabeza y habían llegado para quedarse, pero no entendía por qué. ¿Qué tenían de especial?
Mi dilema cobró forma cuando fui consciente de mi subconsciente. Yo ya había escuchado eso antes. No, no en la película. En otro sitio. De otra manera. Esas frases que se repetían y que el reproductor online de música había elegido para mí, no eran tan novedosas en absoluto (y no porque ya las hubiera escuchado numerosas veces). De alguna manera, formaban ya parte de mí desde hacía tiempo. Las repetía en mi cabeza. Con el mismo tempo. Con distinto tempo. Empezaban a aparecer palabras en mi boca que en la banda sonora, obviamente, no estaban. Palabras que a su vez daban lugar a frases…
Y ahí estaba. Ahí mismo. Aquí donde me véis, quienes bien me conocéis, sabéis que mis gustos musicales son bastante diversos. Y el descubrimiento que acababa de hacer me dejó tan sorprendida como a vosotros (espero). Aunque en un punto, debo de reconocerlo, también me pareció de lo más normal.

Fuente metallica.com
«The unforgiven» es uno de los temas más conocidos de Metallica. Tiene unos 25 añitos la canción y después de aparecer en el disco «Metallica» (mundialmente conocido como el «Black Album«), tuvo un par de hermanitas pequeñas. «The unforgiven 2» y «The unforgiven 3» en posteriores discos de la banda. Si no termináis de ver el parecido razonable en algunos de los compases de la canción de Metallica y de las piezas de Alexandre Desplat, os dejo otra versión de «The unforgiven». En esta ocasión está interpretada por la Ukrainian State Academic Symphonic Orchestra. El grupo estadounidense ya tuvo la ocasión de interpretar sus canciones acompañados de la Orquesta Filarmónica de San Francisco pero «The Unforgiven» no fue uno de los temas seleccionados. Una pena. Un disco, el «S&M», que es toda una joya, es también muy recomendable. Y ni qué decir tiene que Alexandre Desplat es un virtuoso que hace magia. No en vano es responsable de bandas sonoras de muchísimas películas. Con echar un vistazo a su perfil de IMDB os podéis hacer una idea.
Al final de todo, cuando por fin dí con la clave de todo este enigma -y nunca mejor dicho-, no pude más que rendirme al poder de mi propio subconsciente. Pues al final, ¿quién era el que elegía la música, el reproductor o yo?
Por más abiertos de mente que nos consideremos, acabamos por sucumbir siempre a los mismos patrones. Y nuestros sentimientos acaban entrando en el mismo bucle que las canciones de nuestro reproductor.
Aún así, me siguen quedando pendientes un par de preguntas.
¿De verdad somos tan simples?
Y sobre todo… ¿Es Alexandre Desplat fan de Metallica?
La verdad… No me extrañaría.
Por cierto, muy en relación con este tema, el psiquiatra y neurólogo Oliver Sacks publicó un libro sobre los efectos que puede llegar a generar la música en nuestro cerebro. Se titula Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro. Está contado al estilo de El hombre que confundió a su mujer con un sobrero. Os dejo un enlace sobre Musicofilia para quien quiera indagar un poquito más.
http://masdearte.com/fuera-de-menu/musicofilia-teneis-una-melodia-en-la-cabeza/
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