Después de un día intenso y extraño, por la noche me decido a ver una película. Intento no caer en clasificaciones fáciles a la hora de catalogar las películas que me gustan y las que no, pero hay una categoría bastante específica en mi videoteca que siempre me rescata de días como éste. Son esa clase de películas que he visto alrededor de 294.756 veces, me sé los diálogos en inglés y español, la historia suele ser poco profunda, los personajes bastante arquetípicos, pero, a pesar de todo, me hacen sentirme bien conmigo misma. Es el caso de películas como Notting Hill, The Holiday, Devil wears Prada… Salvando las distancias, Friends -la mítica serie de televisión- siempre, absolutamente siempre, consigue rescatarme de días como el de hoy, pero corro peligrosamente el riesgo de alcanzar con asombrosa rapidez el punto de no retorno. Ese por el cual no puedes parar de ver un capítulo detrás de otro. La cuestión es que en esta ocasión me decanto por The Holiday. Tengo una absoluta debilidad por Kate Winslet (que os contaré en otro momento) y siento que hoy puede ser ella quien me mire a los ojos y me diga «chica, tú vales mucho».
La película arranca con un monólogo de Iris -el personaje que ella interpreta- que, sin pretenderlo, me saca de la película y me hace pensar en las distintas formas de entender el amor (y que nada tienen que ver con la película). Pienso en historias que son la antítesis de ésta, historias con más profundidad, con otra clase de conflictos y también otra clase de personajes. Y pienso en Amy Tan y La esposa del Dios del Fuego.
Pero ¿cómo es posible?
Donde llega el amor
El discurso con el que Iris se presenta a sí misma y nos introduce la temática de la película dice lo siguiente:
He comprobado que casi todo lo que se ha escrito sobre el amor es cierto. Shakespeare dijo «los viajes terminan con el encuentro de los enamorados». Ah, qué idea más extraordinaria. Personalmente, nunca he experimentado nada ni remotamente parecido a eso, pero estoy convencida de que Shakespeare sí. Supongo que pienso en el amor más de lo que debería. Me admira constantemente su abrumador poder de alterar y definir nuestras vidas. También fue Shakespeare quien dijo que «el amor es ciego». Pues bien, estoy segura de que eso es verdad. Para algunas personas, de forma inexplicable, el amor se apaga. Para otras, el amor sencillamente se va. Si bien es cierto, por supuesto, que el amor también puede encontrarse. Aunque sea solo por una noche. Sin embargo, existe otra clase de amor. El más cruel. Aquel que prácticamente mata a sus víctimas. Se llama «amor no correspondido». Y en ese apartado soy una experta.
El monólogo sigue y la película, por supuesto, también. Pero no me hizo falta más para disparar todas las preguntas que pretendía que no saltaran. ¿Cuántas clases de amor hay? Películas como ésta hablan de amor. ¿O sería más correcto decir enamoramiento?
Con todo, sin entrar en spoilers, sí puedo decir con rotundidad que el amor de una madre hacia su hijo tiene un poder descomunal. Mayor que el del enamoramiento.
Es por eso que escapo de golpe y porrazo de la historia que mi querida Kate va a protagonizar y pienso en otras formas de amor. De inmediato me vienen varios ejemplos a la cabeza. Sin ir más lejos, la esperadísima película que se estrena este viernes en España y que yo he tenido el privilegio de ver en un pre-estreno: Room (La habitación). Para mí, una de las mejores películas que he visto últimamente, una de las historias más emocionantes y poco más quiero decir para no desvelar nada sin querer. Ved la película o leed la novela en que se basa si lo preferís. Sabréis de qué hablo, pues os garantizo que es uno de los mayores regalos de la cartelera actual. Con todo, sin entrar en spoilers, sí puedo decir con rotundidad que el amor de una madre hacia su hijo tiene un poder descomunal. Mayor que el del enamoramiento.

Fotograma de Room (La habitación). Fuente: IMDB.
Y pienso en el amor de madre y pienso en el amor de los hijos. En la historia de Room, la avalancha de sentimientos procede de la madre, de cómo lo vive y cómo decide que quiere que su hijo lo viva. De cómo maneja todo lo que ocurre para que llegue a su hijo de una determinada manera. Pero los padres, aunque sean los guardianes, los guías, las luces en el camino de los hijos, no siempre tienen la visión completa que les gustaría tener.

Portada de También esto pasará, de Milena Busquets. Ed. Anagrama. Fuente: Anagrama.
Pienso entonces en También esto pasará, de Milena Busquets. Una novela breve, actual, escrita con tacto y con desgarro al mismo tiempo. Dejando que pasen los días o intentando que pasen los días, su protagonista -el alter ego de la propia autora- se deja vivir después de la muerte de su madre y trata de digerir todo lo que tuvieron y lo que no, lo que les unió y les desunió, y el dolor de la ausencia. Porque los padres aman sin condiciones mientras los hijos no son siempre igual de generosos. A veces parece como si los padres tuvieran que ganarse a pulso el reconocimiento de los hijos. Y lo que no saben ni los unos ni los otros es que, pase lo que pase y sea lo que sea lo que a cada uno le toque vivir, los hijos no pueden vivir sin amar a sus guardianes, sus guías, sus luces en el camino. Diferente es que no se permitan a sí mismos reconocerlo.
¿Cómo se hace para que nuestras frustraciones, nuestras heridas y nuestras zonas oscuras como personas y seres humanos, no se traduzcan en errores como padres?
A fin de cuentas, la vida es más complicada que simplemente vivirla y cada uno se tropieza con diferentes piedras. Cada uno tiene que enfrentarse a sus problemas y a sus miedos. A sus fantasmas. A su futuro desconocido y a su pasado… En ocasiones ojalá también desconocido. ¿Cómo se hace para que nuestras frustraciones, nuestras heridas y nuestras zonas oscuras como personas y seres humanos, no se traduzcan en errores como padres?
¿Cómo protegemos mejor a nuestros hijos?
La gran pregunta… Los amamos tanto que queremos garantizarles una vida sin dolor y sufrimiento. Sabemos que el sufrimiento es una parte de la vida y para que lleguen a ser personas fuertes en el futuro tienen que aprender a lidiar con la frustración en el presente. «Pero mejor si no pasan por lo que nosotros pasamos. Porque nosotros sobrevivimos, pero ellos no se merecen pasar por nada parecido«.
La esposa del Dios del Fuego

Portada de La esposa del Dios del Fuego, de Amy Tan. Editorial Booket. Fuente: Booket.
Amy Tan añade algo más a esta ecuación en su novela La esposa del Dios del Fuego. A la relación entre padres e hijos, más concretamente entre madre e hija, al sufrimiento del pasado de una y los miedos en la actualidad de la otra, se suma un factor más: los secretos. Y los secretos, por definición, llevan consigo la participación intrínseca de las mentiras.
Decidí leer este libro en un momento en el que necesitaba desconectar de todo. Creemos que somos nosotros quienes elegimos los libros que leemos pero estoy convencida de que muchas veces son los propios libros quienes nos escogen a nosotros. A veces entramos en la historia rápidamente y conectamos con los personajes sin problemas, y hay otras que por más que queramos que el libro nos guste, no hay manera. O puede que también ocurra que sea simplemente una cuestión del momento de la vida en que uno se encuentre. Determinado libro llega a nuestras manos y se convierte en parte de nosotros, o pasa sin pena ni gloria tan solo porque no estamos en la misma frecuencia en ese instante.
Una historia que habla de la supervivencia a muchos niveles, empezando desde el más primario: la supervivencia personal.
En el momento en que creí haber elegido ese libro, necesitaba, como decía, desconectar. Necesitaba acompañar a los personajes en sus vidas en contraposición con la mía. Lo que me pasó cuando empecé a conocer a Pearl, Winnie y Helen es que sentí que el amor es sinónimo de lucha constante. Me tocó de una forma que no esperaba. Son tres mujeres: una madre, una hija y una tía. Y una historia que pone en entredicho las relaciones entre hombres y mujeres, padres e hijos, madres y cuñadas, novios y maridos… Una historia que habla de la supervivencia a muchos niveles, empezando desde el más primario: la supervivencia personal. Física y emocionalmente.
La ficha de la novela en la página de la editorial reza: Por qué la lealtad no debería confundirse con el sometimiento.
¿Cuántas formas conocemos de sometimiento?
¿Cómo se sobrevive a años de lealtad tergiversada y manipulada?
¿Quiénes creemos que somos?
¿En qué nos hemos convertido?
Sobre todo, ¿cómo se hace para que todo eso no dañe al presente y al futuro de nuestros hijos?
Y lo que más nos preocupa ¿cómo se hace para que no nos odien? O peor, que no nos juzguen…
De todo eso habla esta novela y de mucho más.
Dura. Las antípodas de la vida tal y como la conocemos (nosotros… ¡privilegiados!), pero por momentos tan cercana que se respira el olor a quemado de las vidas de estas mujeres que, a pesar de todo, no dejan de luchar. Y lo que les mueve en esta lucha es su necesidad de supervivencia y su innata capacidad de protección nacida del amor.
Porque hay distintas maneras de entender el amor
Un momento después en su discurso, Iris, en la película que quedó en suspenso para dejar brotar todo esto, continúa su refexión diciendo lo siguiente:
La mayoría de historias de amor hablan de personas que se enamoran entre sí. Pero ¿qué pasa con los demás? ¿quién cuenta nuestra historia?
Ella habla de las personas que se enamoran y no son correspondidas. Pero yo me tomo la libertad de recuperar otras historias de amor de los demás. Otro tipo de formas de enteder el amor que mueve montañas. Historias en las que se vuelcan sentimientos que todos conocemos, estemos enamorados o no. Aunque debo decir que sí hay algo que comparto sin concesiones con Iris y es esa pequeña frase que pasa casi desapercibida en su discurso inicial acerca del amor: Me admira constantemente su abrumador poder de alterar y definir nuestras vidas.