Un dios salvaje

Cada mañana cuando suena el despertador y sacamos el pie derecho (o el izquierdo) de la cama, comienza un nuevo día. Cada nuevo día es una oportunidad para ser alguien. Uno elige quién quiere ser. Y, como suele ser habitual, cada mañana elegimos la máscara de lo que queremos ser, de quién queremos que la gente crea que somos. Abogados, gestores del patrimonio, profesores, vendedores… Esas pueden ser algunas de las máscaras. Otras podrían ser las de la mujer correcta o el hombre exitoso. O las que identifican a los padres como educadores a la vez que protectores de sus hijos.

Es bastante posible que cada una de esas máscaras, sea cual sea la que escojamos, hable de alguna manera de lo que realmente somos. De quiénes somos. Pero hay siempre una parte de nosotros, en mayor o menor medida, que decidimos no enseñar. Por educación, por cortesía, por prudencia… o porque no encajaría en ninguna de las otras máscaras que hemos elegido día tras día, y que componen la gran máscara que hemos decidido enseñarle a los demás.

Eso, aquéllo de lo que realmente estamos hechos, escapa al conocimiento de los demás por nuestra propia elección, y es el Dios Salvaje el que, cuando menos lo esperamos, decide que tiene que salir a la luz. Y mandar al cuerno todo lo que hemos construido (¿sabiamente?) sobre nuestra imagen, nuestra personalidad y nuestra reputación.

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Un Dios salvaje

En eso consiste Un dios salvaje, escrita por Yasmina Reza e interpretada y reinterpretada sin caducidad, tanto en teatro como en cine, y que ahora se representa en Madrid en el Teatro Nuevo Apolo.

La casa de los conflictos nacidos de ¿la nada?

Yasmina Reza es la autora de este texto dramático que fue llevado al escenario en Francia, en Inglaterra e incluso en España, antes de que llegara al cine de la mano de Roman Polanski. Esta dramaturga (actriz, directora, guionista y escritora) destaca por desnudar al ser humano de la forma más sencilla posible: dejándole ser él mismo en situaciones cotidianas. Y precisamente es eso lo que les ocurre a los personajes de Un Dios salvaje.

Con el pretexto de velar por el bien de sus hijos Ferdinand y Bruno, estas dos parejas descubren atónitos cómo un acto de civismo acaba por arruinarlos y desenmascararlos hasta el patetismo.

Los padres de Ferdinand y Bruno se reúnen en la casa de estos últimos para tratar de solucionar de forma civilizada un acto que han protagonizado sus hijos de forma incivilizada: Ferdinand le ha roto los dientes a Bruno a la salida del colegio. Ellos, sus padres, con diferentes -y no pocos- motivos a sus espaldas, por el bien de sus hijos y de ellos mismos, se disponen a solucionarlo.

Un punto de partida aparentemente sencillo cuando se muestra voluntad por las partes. Pero en tan solo hora y media, la cordialidad y la amabilidad se van resquebrajando a fuerza de actitudes incisivas e indiscretas. Las frustraciones, las ideas preconcebidas, la indiferencia, el egoísmo… Los complejos de superioridad e inferioridad y, sobre todo, la voluntad, la verdadera voluntad, la de quedar los unos por encima de los otros, acaban por dominarlos y someterlos. Con el pretexto de velar por el bien de sus hijos Ferdinand y Bruno, estas dos parejas descubren atónitos cómo un acto de civismo acaba por arruinarlos y desenmascararlos hasta el patetismo. Y dejando al descubierto en qué consiste o, mejor dicho, en qué no consiste el ser civilizado.

Testigos del salvajismo en el Teatro Nuevo Apolo

Por suerte, podemos presenciar en primera persona cómo los padres de estos niños -Veronique, Michel, Annette y Alain- se despellejan entre ellos y a sí mismos en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid.

En el año 2008 ya se representó en las tablas madrileñas con un elenco de primera poniéndose en la piel de estos personajes. En aquel momento, Aitana Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero nos permitieron ser testigos de sus conflictos. En esta ocasión son Jaime Zataraín, Maia Sur, Fernando Ramallo y Lidia Navarro quienes durante una hora y media, y sin descanso para ellos ni para nosotros, nos hacen removernos en nuestros asientos, incrédulos ante lo que ocurre ante nuestros ojos.

Porque más allá de la reflexión obligada y necesaria, la risa está garantizada.

Tanto para quien conoce el texto con anterioridad, como para quien lo descubra en esta versión, decir que la representación no deja de ser una sorpresa. La versión de Jordi Galcerán y la dirección de Paco Montes, para mi gusto -personal aunque transferible-, respetan la esencia del texto de la autora francesa aunque aumentando ligeramente la dosis de excentricidad. Si bien es cierto que ni los personajes ni la situación podrían calificarse como excéntricos (¿o quizá sí?), el delirio necesario para que los personajes quiebren de esa manera lleva a una comicidad tal, que nosotros como espectadores -y testigos privilegiados- no podemos más que concluir «¡Madre mía! ¡Qué forma de írseles de las manos!».

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Cartel de Un Dios salvaje, dirigida por Paco Montes. Fuente: smmummusic.com

Y reír sin parar. Porque más allá de la reflexión obligada y necesaria, la risa está garantizada.

En mi caso, tuve la oportunidad de asistir al estreno, a sala llena y a emociones a flor de piel. Un trabajo inmenso el de este equipo que destila tensión impregnada de aroma a tulipanes descuartizados y que sobrevuela el patio de butacas. Es lo que tiene sucumbir a los deseos impredecibles de un Dios salvaje: que, por momentos, los actores dejan de serlo y son poseídos por esos personajes que a su vez están dominados por sólo Dios -ese Dios- sabe qué. Creo que no exagero cuando digo que la incredulidad, la necesidad de agarrarse al asiento y la risa incontrolada se fusionan de tal manera que podemos sentir que estamos en el salón de esa casa: comiendo tarta de manzana con pera, bebiendo ron hasta el infinito y… Y más cosas que merece la pena vivir en primera persona junto a ellos. Porque tengo la sensación de que, a medida que vayan pasando los días sobre ese escenario, la obra irá creciendo y terminaremos por no ver a los actores, si no tan solo a esas dos parejas con sus infinitos reclamos, en ese salón tan bien diseñado, con esos libros de arte y esa mesa con tulipanes. Y «cucú» o «cricrí» formarán parte de nuestro vocabulario habitual.

De la mano de MalaSur Producciones, el reparto de la obra nos invita a acompañarlos a través de este pequeño video, fiel al espíritu del montaje.

Los otros dioses salvajes

No todo el mundo tiene la oportunidad de trasladarse a Madrid, pero Yasmina Reza tiene algo de atemporal que le ha permitido llegar a escenarios de todo el mundo. Seguramente por eso una buena parte de los espectadores la hayan conocido a partir de la versión que el director polaco, Roman Polanski, llevó al cine en el año 2011.

Sin duda, una de esas historias que tanto me gustan sobre cómo todo se va a la mierda…Porque al final, todo siempre se va a la mierda y los finales felices no existen.

¿O sí?

En aquella ocasión fueron Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz y John C. Reilly quienes encarnaron a estos cuatro padres en la película que llevó por título Carnage. Esta adaptación obtuvo hasta 21 nominaciones y 7 premios -esos que tanto nos gustan-, entre ellos el reconocimiento a Mejor Guión Adaptado otorgado por el Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), aquí, en España.

Para quienes no podáis disfrutar de la representación en Madrid y queráis conocer las desavenencias de estos personajes -aunque no sea lo mismo-, os recomiendo ver la película. Sin duda, una de esas historias que tanto me gustan sobre cómo todo se va a la mierda… Porque al final, todo siempre se va a la mierda y los finales felices no existen.

¿O sí?

 

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